Mitos o verdades de la historia

Mitos o verdades de la historia

Las teorías conspirativas más conocidas y exitosas tienen ciertas cosas en común. Todas sostienen la idea de que una verdad perjudicial ha sido encubierta por ciertos intereses creados (por lo general, gobiernos nacionales). 

El supuesto encubrimiento es siempre desprolijo o incompleto y eso es lo que hace posible, a quienes están lo bastante decididos, a unir las “pistas” y encontrar una verdad histórica oculta detrás de la versión “oficial” supuestamente inventada.

La más elaborada de todas las teorías conspirativas ha sido tejida en torno al asesinato de John F. Kennedy, en 1963. La versión oficial dice que al presidente lo mató un asesino solitario, Lee Harvey Oswald. 

Pero según diversas teorías conspirativas, el asesinato fue un golpe profesional llevado a cabo según las órdenes de un grupo de banqueros internacionales, o del FBI, o de la CIA, o del líder cubano Fidel Castro, o de los exiliados cubanos anticastristas, o del segundo de Kennedy, Lyndon B. Johnson, o de los intereses petroleros de Texas, o del gobierno israelí, o de la Unión Soviética… y éstos son solo algunos de los candidatos.

El mito de la bala mágica
Todas las teorías conspirativas sobre el asesinato de Kennedy se reducen a la discusión de la llamada “bala mágica”. 

Los que sostienen que hay una conspiración dicen que, para que una bala hubiera impactado en la garganta de Kennedy, luego en el hombro de Connally y hubiera terminado incrustada en la pierna izquierda de este último, habría tenido que hacer un zigzagueo imposible en el aire. Por lo tanto, deben de haberse realizado otros disparos.

 Pero no es imposible que una bala haya herido a ambos hombres si se tienen en cuenta sus exactas posiciones relativas. 

El asiento reclinable de Connally no estaba directamente delante del de Kennedy, sino más cerca del centro del coche. Además, era unos ocho centímetros más bajo que el de Kennedy.

 Y él no estaba mirando hacia adelante, sino dado vuelta en su asiento para hablar con el presidente. Según estos hechos, una sola bala es perfectamente congruente.


Tuvo solo una ligera desviación cuando pasó por el cuerpo de Connally, como sería de esperar.


Accidentes históricos
Millones de personas siguen aferradas a la idea de que la verdadera historia del asesinato de Kennedy nos ha sido ocultada. 

Es como si no pudiéramos creer que una vida tan promisoria, que un momento tan espectacular de la historia, pudiera ser borrado por un individuo perturbado.

 En retrospectiva, todos los hechos de la historia parecen ser inevitables y de algún modo predeterminados.


La muerte de una princesa
Una aversión similar a la desgarradora aleatoriedad de la vida está en la raíz de las teorías conspirativas que rodean la muerte de la princesa Diana en 1997.

 La gente muere en accidentes automovilísticos todos los días; el mero hecho de que una persona conocida tenga un choque fatal no es notable en sí mismo. 

Pero la inoportuna muerte de Diana, tan famosa y tan querida, pareció ser un suceso impensable, algo demasiado extraordinario para ser un accidente. 

Y sin embargo, el conductor de su coche había estado bebiendo (sin duda), conducía demasiado rápido para escapar de los paparazzis que los perseguían y Diana no tenía puesto el cinturón de seguridad. 

En cualquier otra circunstancia, estos detalles habrían sido considerados por todos los observadores, expertos y legos por igual, como factores que contribuyeron al fatal desenlace. 

Los que hablan de conspiración afirman que el cinturón de seguridad fue forzado, como parte de un intento de asesinato orquestado, pero no hay evidencia de que haya sido así.


Ovnis y películas de la Luna
Se han lanzado varias teorías para explicar los miles de casos de encuentros cercanos, abducciones y “platos voladores”. Pero como los ovnis y los extraterrestres solo comenzaron a reportarse a fines de la década de 1940, la explicación más probable es que representen el miedo a extranjeros hostiles. 

Aparentemente son creaciones de la mentalidad de la guerra fría y todos los avistamientos y encuentros a lo largo de los años tienen explicaciones terrestres.

Otra afirmación inverosímil es que las misiones Apolo tripuladas a la Luna fueron un engaño. Según esta teoría, ningún astronauta estuvo allí y los alunizajes fueron escenificaciones en un estudio, para presentar una aparente victoria sobre la Unión Soviética en la carrera espacial de la guerra fría o, de lo contrario, como una maniobra propagandística dirigida al pueblo estadounidense.

Se dice que se puede demostrar que el paisaje lunar es idéntico en ubicaciones que estaban a kilómetros de distancia, lo que sugiere que las imágenes fueron filmadas en un pequeño set cinematográfico; que las fotografías se iluminaron desde diversos ángulos, como si se hubiera usado un conjunto de focos; que la bandera estadounidense se agita como si la moviera una suave brisa, cuando no puede haber movimiento de aire en la Luna.


Se ha demostrado que todas las objeciones se basan en premisas erróneas sobre las condiciones de la Luna. El flamear de la bandera es el resultado del movimiento residual que se produjo en el momento en que se plantó la bandera. 

La bandera sigue ondeando por un tiempo prolongado porque la ausencia de atmósfera en la Luna –aquello mismo que quienes hablan de conspiración dicen que hace imposible que la bandera flamee –significa que no hay resistencia en el aire para disminuir la oscilación de la bandera hasta detenerla.

 En cuanto a las anomalías fotográficas, pueden explicarse por el hecho de que la luz del Sol se refleja en formas sorprendentes, pero reproducibles.

Aunque uno ignore la precariedad de la evidencia visual, la teoría de la conspiración del viaje a la Luna es insostenible. ¿Es probable que nadie –ningún camarógrafo, ningún falso astronauta, ningún político interviniente– hubiera contado nada, nunca?

Finalmente, habría sido en realidad más difícil para el gobierno estadounidense llevar a cabo el engaño que hacer lo que hizo: alunizar una nave tripulada.


La necesidad conspiratoria
A pesar de su aparente razonabilidad, quienes apoyan las teorías conspirativas son tan supersticiosos como los astrólogos de la antigüedad. 

Observan vastas, incoherentes constelaciones de hechos y tratan de unir los puntos, de imponer orden y significado en lo que ven. Lamentablemente, buscan en lugares donde hay muy poco orden o significado y lo más probable es que no haya nada que encontrar. 

La verdad, aunque parezca decepcionante, suele ser más simple y más prosaica que lo que algunas personas quisieran que fuera.


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